Ok, tengo un druida. Puedo convertirme en animales, cool. Oh, tambien puedo crear una armadura de corteza sobre mi piel para aguantar más los madrazos, nice. ¿Y que arma portaré? ¿Una  espadota, a lo William Wallace? ¿Quizá un martillo de guerra, alá Robert Baratheon? ¿Una metralleta con una motosierra integrada, como Marcus Fenix?

-’Tienes una honda, una hoz de plata y un bastón’ – Dijo Don Diablo.

En ese momento no conocía las propiedades de las armas de plata. De hecho, no conocía ni cuál era el rol de un druida en una partida de D&D, yo solo quería irme a los golpes y meterme a la trifulca. Muchas horas y varios encuentros cercanos con el Sr. Mayhem después, aprendí a valorar esa pequeña hoz y ese bastón. Y aunque, gracias a un amigo cercano de La Ronda, mi arma of choice es una refulgente (y en necesidad apremiante de una buena afilada) cimitarra de plata, aún suelo recurrir a esas primeras armas cuando la situación necesita un acercamiento más… sutil.

¿La honda? Esa si jamas la usé. A lo mejor si un día ando cazando tordillos o quiero llamar la atención de Sumac, podría aventarle un pedradón a la cabeza.

Por lo pronto ha llegado la hora de ceder la batuta a mi brother Don Diablo en los trazos, y seguir viendo a dónde nos llevan las brumas.

Hasta mas ver!