Hace unos meses, mientras trabajabamos en varias cuestiones de las publicaciones que les venimos manejando, Quetzal nos presentó algunos de los diseños de personaje preliminares de lo que sería su colaboración en este proyecto, entre ellas, ese amigo que se presentó de la nada en la publicación anterior. Su servidor, en su pobre juicio, decidió en aquel entonces que era adecuado presentarle tal imagen a su padre y su primer comentario, antes de preguntarme: eres tu? fue, esa es una frase que tu dices: que chingados? a lo cual simplemente asentí y complemente con un: constantemente, jefe. Ambos reímos y le platique que colaboraría en un comic con mis amigos. Le fue aparente que ese mono que le mostraba estaba basado en cierta manera en su hijo.

Admito que no recuerdo si ese momento sucedió como lo narramos aquí, pero sí recuerdo que fue algo definitivamente inesperado y la sorpresa (o susto) fue colectiva, no solo mía. Y había varios factores para que la sorpresa fuera aún mayor. Don Diablo hablaba en la publicación anterior sobre cómo resolver la omisión de varias partes de narrativa en favor de iniciar una partida en la manera en la que él lo hizo (vayan y lean si no lo hicieron ya). Regularmente, hay que establecer vínculos entre los personajes y sus objetivos para empezar a armar el complejo rompecabezas que es un grupo de aventureros. Pero este, no fue el caso, y en cuestión de minutos de haber iniciado la sesión, una batalla era inminente, situación la cual, insisto, no sucede a menudo y sin buscarlo, comenzamos a operar no como un grupo de aventureros que ya se conocían, sino como una unidad y encima de eso, sucedió lo que les hemos platicado hasta hoy antes de la intervención de lo que pareciera no encajar tanto con el estilo como con el tono de este comic. Grandes aciertos, los cuales resonaron de manera inmediata con los presentes. Tal resonancia, que su eco empieza a expandirse más allá de nuestro grupo.

Por mientras, no dejen que La Flama se apague.